Toda producción cultural es hija de un tiempo y un lugar. Para entenderla en toda su dimensión, debemos saber las condiciones en las que se movían sus artífices. Ese ha sido el primer acierto de los directores Álvaro Fierro y Joseba Gorordo, responsables de ’160 metros: una historia del rock en Bizkaia’, a la hora de mostrarnos el mundillo musical de Bilbao.
Los dos realizadores utilizan un viaje turístico en barco por la ría de la ciudad vasca para hablarnos del panorama sonoro del lugar. La diferente realidad de las dos orillas determina en cierta manera el tipo de estilos que han predominado en cada zona. La parte izquierda, tradicionalmente más pobre, fue el caldo de cultivo de bandas punk del calibre de Eskorbuto durante los años ochenta, mientras que el lado derecho, más acomodado, fue el terreno abonado para cierto indie rock de los primeros años noventa, época en la que destacaron bandas indies como El inquilino comunista o Los clavos.
Los realizadores vinculan en todo momento la realidad del entorno, donde tiene un papel importante la regeneración de la ría, la construcción del suburbano en la ciudad y el museo Guggenheim. También aciertan al recoger los testimonios de gran parte de los protagonistas de aquel tiempo e incluir curiosas grabaciones de archivos o videoclips de la época. Además, el documental subraya acertadamente la importancia de una sala como Gwendoline para dinamizar el mundillo musical de la zona.
Quizá haya que reprocharle al documental la ausencia de casi cualquier referencia al terrorismo de ETA y el clima político del momento en el País Vasco. Parece lógico que se analice este asunto si se quiere tener una idea del contexto en el que se movían los artistas.
No obstante, ’160 metros: una historia del rock en Bizkaia’ resulta un documental fundamental para entender el rock estatal de las últimas décadas del siglo XX.